La derecha triste y egoísta
El argumento de que incrementar sueldos a ministros y altos funcionarios – hasta montos que parecen un sueño a la mayoría de los peruanos – es bueno porque atrae a los mejores técnicos a la función pública, es muy revelador. Implica reconocer que para la derecha la función pública es un espacio de lucro como cualquiera, que el servicio hacia los electores no es la prioridad sino que tan solo se trata de hacer el trabajo con mérito para cobrar bien en consecuencia, que es necesario facilitar la puerta giratoria entre las grandes corporaciones y el Estado para que aquellos directivos que van a cualquier ministerio sigan disfrutando de sus ventajas mientras atienden los intereses de sus amos reales con tranquilidad.
Este es un tema de ética que va más allá de lo que es justo o injusto. Es la muestra clara de la inferioridad moral del capitalismo centrado solamente en el beneficio y la acumulación, aplastando valores que tradicionalmente se afirmaban para gobernar, incluso en la tradición occidental – que desoladoramente marqués, Mario Vargas Llosa define como superior sobre las “nativas y primitivas” entre nosotros – como cuando, por ejemplo, Aristóteles dice que la acción política es la suprema de las artes que “contribuye al bien común" y que el hombre virtuoso que a ella se dedica “sólo tiene por bienes los bienes absolutos”.
El sentido común liberal del alto precio para poder servir y que solo es bueno para ellos – no para los otros: maestros, policías, etc. – en un país donde el salario mínimo es de 750 miserables soles, donde se trabaja (si eres afortunado) diez horas diarias seis días por semana porque eso es lo que ofrece el dichoso mercado, donde la pobreza abunda y la desnutrición no desaparece, muestra la razón de la miseria.
Con la robótica mirada y anteojeras que portan, los liberales y neoliberales pueden señalarse a la cabeza como Abimael Guzmán en quien debieran mirarse y reconocerse: la hermandad es evidente. Basta leer al señor Bullard, a Althaus, a Álvarez Rodrich o la señora Palacios o tantos otros de todos los matices de la derecha hegemónica para darse cuenta que se trata de meter la realidad a patadas dentro de un esquema predecible que produce, sin vacilación, argumentos como este de los funcionarios que hay que pagar “competitivamente” para que sirvan en el Estado.
El individualismo que dispersa y desagrega a la comunidad de personas para volverlas caníbales y aislados servidores uno a uno del más fuerte, desprecia, critica y considera primitiva a la asociación de personas que mediante al apoyo mutuo construye entidades colectivas donde la primacía natural no existe y la democracia es efectiva. Y donde – salvo por causa de corrupción desde fuera – nadie se beneficia más que nadie. Y entonces los declara, por ello, “perros del hortelano” o salvajes o dice que no existen.
Ese contento se vendrá abajo, sin embargo. La crisis del agua que ya reduce cultivos en varias zonas del país, que se agazapa en una Amazonía fragilizada y una costa cada vez más sedienta – ¿qué pasará cuando terminen de descongelarse los nevados? – llevará al fortalecimiento de los naturales procesos asociativos que reconocen la interdependencia entre personas, con animales y flora y todo lo que nos rodea, y donde el egoísmo es penado como inmoral, absurdo y criminal.
¿En qué mundo viven los que nos gobiernan? Obviamente en la alfombra de los que realmente deciden en función de sus intereses. La derecha partidaria – PPC, Apra, Nacionalistas, Ppkausas, etc. – inexistente salvo para hacer campañas financiadas por sus patrocinadores banqueros, mineros, etc., y los opinólogos sonrientes, solo justifican como cacatúas la antinatural primacía de pocos sobre muchos en función de ventajas naturalizadas a fuerza de publicidad nefasta. Entre cerrar la playa para que no entren los otros y elevarse los sueldos porque dizque se lo merecen algunos, existe el parentesco de la exclusividad o la exclusión. Es la misma lógica destructiva de la solidaridad natural y necesaria que brota allí donde hay consciencia de su necesidad.
La distancia del prójimo es lo que permite creer que el servicio público es un privilegio para afortunados.